lunes, 18 de mayo de 2009

Continuando con el tema de Filosfía Latinoamericana

Este trabajo está resumido del articulo que publico Luis Villoro en la revista "Prometeo" de la Universidad de Guadalajara retomando algunos puntos importantes de Leopoldo Zea.

Resumen del texto de Luis Villoro “Sobre el problema de la filosofía latinoamericana” (Artículo obtenido de la Revista “Prometeo” Año 2, No. 7 Septiembre-Diciembre de 1986 Universidad de Guadalajara y la Universidad Nacional Autónoma de México Pp. 23-38) por Juan Carlos Bragado Castillo.
Estudiante de Filosofía e Historia de las Ideas
Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
JohannKarl88@hotmail.com
JohannKarl88@yahoo.com.mx
JohannesKarl88@gmail.com


La reflexión filosófica en América Latina se ha puesto en cuestión continuamente a sí misma. En 1842. Juan Bautista Alberdi se planteaba ya el problema de la existencia de una filosofía latinoamericana y creía que ésta podría iniciarse al reflexionar sobre problemas propios del nuevo continente. ¿Cómo sería posible una auténtica filosofía latinoamericana?
Parte importante de la reflexión de Leopoldo Zea responde a ese tema. Zea plantea el problema de “la posibilidad o imposibilidad de una filosofía latinoamericana”. Unos años antes, Samuel Ramos había hablado del carácter imitativo de la cultura mexicana. Leopoldo Zea escribe que nuestra concepción del mundo consiste en una “mala copia” de la europea.


La falta de autenticidad de nuestra filosofía se caracteriza, desde el principio, en términos de ajenidad, de extrañeza.
Zea propone, en efecto, dos vías para lograr la autenticidad. Primera: Tratar temas universales, “vistos desde la circunstancia propia del hombre americano”. Segunda: Tratar temas propios, “problemas que sólo se dan en nuestra circunstancia”, la autenticidad se interpreta como aceptación de un punto de vista o una temática propios frente a los ajenos. Sin embargo, Zea es consciente de que la filosofía siempre ha tratado de problemas universales, aplicables a todo hombre. La tención a lo propio no es, pues, un fin último, sino un medio para alcanzar lo universal.


Desde el inicio de su reflexión, Zea plantea a la filosofía americana una doble exigencia: por un lado, si ha de ser filosofía, debe tener como fin un conocimiento válido para todos los hombres; por el otro, si ha de ser auténtica, debe atender a lo propio.
La contraposición entre la circunstancia (o la “situación”) concreta y la universal; la relación entre un hombre concreto y una pretendida “naturaleza humana”. En ambas formulaciones, Zea sostiene que sólo puede alcanzarse lo universal a través de lo singular y concreto. Con ésta circunstancia concreta debemos comprometernos. Una filosofía auténtica tendría, por lo tanto, que plantearse como tema de nuestra propia circunstancia. De la respuesta que demos habrá de sugerir de nuestra buscada filosofía. Por otra parte, sólo a partir del examen del hombre en situación, puede captarse lo que constituye a todo hombre en cuanto tal.
La vuelta a lo propio, la reflexión sobre nuestro “ser”, nuestra “realidad”, formaba parte, en efecto de un movimiento cultural más amplio que intentaba una recuperación y revalorización de las culturas nacionales.


Por desgracia, nunca se aclaró suficientemente cuál era esa relación entre la circunstancia que nos es “propia” y lo “universal”. La contraposición entre lo singular-concreto y lo universal no se resuelve. El logro de una filosofía auténtica no se hiciera depender del carácter peculiar o distintivo del su objeto, si no como una adaptación del pensamiento a sus necesidades y propósitos. Sugieren una interpretación del concepto de autenticidad que no consiste ya en la atención a lo propio frente a lo ajeno. Se busca la diversidad pero en función con un todo del que es parte. Ese todo es la cultura occidental, de la cual se sabe parte el hombre de América. La originabilidad consistiría, más bien, en la “capacidad para participar activamente en la creación o recreación de la cultura occidental. Filosofía auténtica sería la que toma conciencia de su realidad y adapta a ellas ideas que le son “supuestamente ajenas”. La adaptación crítica del pensamiento ajeno a nuestras reales situaciones y circunstancias, a nuestros efectivos problemas y necesidades; pero también a nuestro estilo o espíritu, a nuestra manera de ser.

La adaptación de la cultura a nuestras necesidades y problemas. De acuerdo con estas ideas, habría, pues, que precisar el concepto de filosofía auténtica y deslindarlo del de filosofía propia o peculiar. Agusto Salazar Bondy señaló una distinción entre tres conceptos, originalidad, autenticidad o genuinidad y peculiaridad. La primera se refiere “al aporte de ideas y planteamientos nuevos, en mayor o menor grado, con respecto a las realizaciones anteriores, como creaciones y no como repeticiones de contenidos doctrinarios”. La autenticidad o genuinidad se emplea en cambio, “para significar un producto filosófico…que se da precisamente como tal y no falseado, equivocado o desvirtuado”. La peculiaridad, por último se refiere a “la presencia de rasgos históricos que dan carácter distintivo a un producto espiritual”
Hay que distinguir las causas de las creencias, estas denominadas razones y motivos.
Llamaremos “razones” o “fundamentos” a las justificaciones aducidas para sostener la verdad o probabilidad de lo creído. Esas razones pretender ser objetivas, esto, válidas con independencia del sujeto que las aduce. El signo de la objetividad de las razones es que pueda valer para cualquier sujeto que esté en situación de comprenderlas, se podrá juzgar de su validez y estará en condiciones de aceptarlas o rechazarlas.


La actividad filosófica auténtica implica un cambio de actitud: el paso de la simple reiteración de opiniones recibidas a su examen y crítica personales. Cada quien debe ser capaz de poner en cuestión las razones en que pretenden fundarse las opiniones y doctrinas recibidas y atenerse, para juzgarlas, a sus propias razones, tal como a él se le presentan. Autenticidad es autonomía de la razón. Es inautentico, en cambio, un pensamiento que tiende a aceptar sin discusión personal suficiente las razones ajenas, a repetir filosofemas aprendidos sin haberlos puesto en cuestión. Tan inautentico es un pensamiento que reitera, sin ponerlas en cuestión, ideas heredadas de la propia cultura nacional, repetir un pensamiento que no está fundado en las propias razones. Inautenticidad es falta de crítica y de radicalismo en la reflexión. El pensamiento imitativo es inautentico, no por dejarse influir por ideas “extrañas a la realidad”, sino por aceptarlas sin una discusión y examen personales.

En consecuencia, la superación de la inautenticidad no consiste en reflexionar sobre lo propio, sino en lograr las condiciones que permitan el desarrollo de una actividad filosófica autónoma.
Entendemos por “motivos”, en un sentido muy general, cualquier causa psicológica que induce a una acción. Comprendemos en ellos desde los fines conscientes y los propósitos racionales, hasta los impulsos emotivos, inconscientes o no, que nos pude mover a pesar nuestro, intereses, deseos, preferencias, quereres, propósitos, etc. Toda filosofía responde a motivos, motivos del filósofo, los cuales pueden no ser sólo personales sino propios del grupo social al que pertenece. Estos intervienen para aducir o rechazar razones, conceder a un mayor peso aprobatorio que a otras, los motivos que influyen en su aceptación o rechazo son subjetivos. Los motivos que inducen a plantear determinados problemas filosóficos y a aducir cierto tipo de razones para solucionarlos no tienen que ser compartidos por cualquiera que examine esa filosofía. La singularidad de los motivos no afecta el carácter objetivo y universal de las proposiciones filosóficas se funda en razones y éstas sin objetivas. La singularidad de los motivos afecta, en cambio, la función que cumple una filosofía en relación con el sujeto que la sustenta.
Habría, pues, un segundo sentido de inautenticidad que ya no atañe a las razones, sino a los motivos del pensamiento. Al no responder el pensamiento a motivaciones personales, se advierte que la esfera de las creencias profesadas se encuentra disociada de las necesidades. El pensamiento se convierte entonces en un juego mental desligado de la vida.


Una filosofía es inauténtica cuando no está integrada a la personalidad de quien la sustenta, cuando es inconsciente con sus creencias inconscientes, sus deseos profundos, los problemas que realmente le preocupan, cuando, en suma, no responde a motivaciones personales del filósofo. Por ello una filosofía inauténtica produce un sentimiento de frustración, de artificialidad, de falsía.
Una filosofía adaptada a la realidad es aquélla en que las ideas son congruentes con las necesidades y fines de quienes las sustentan. La falta de congruencia entre vida y pensamiento puede proyectarse en la actividad individual a la colectiva. Las dos formas de inautenticidad que señalamos, como heteronomía de la razón y como incongruencia entre pensamiento y vida, suelen darse simultáneamente. Parece, al menos, que una filosofía puede carecer de autenticidad en el primer sentido y ser auténtica en el segundo. La falta de autonomía racional responde, en estos casos, a necesidades reales e un grupo, aunque no de la comunidad en su conjunto.
Parece, en cambio, imposible concebir en que se diera una filosofía auténtica en el primer sentido (autonomía de la razón) que no lo fuera también en el segundo (congruencia con la vida). La autonomía de la razón parece implicar un pensamiento congruente con motivos personales. La falta de autenticidad en el pensamiento tiene causas sociales, históricas. El mismo planteamiento de la pregunta por la inautenticidad de nuestra filosofía es ya un primer paso hacia la autenticidad, la que debería tener para llegar a ser una actividad plenamente racional y libre.
Entre las respuestas, estas dos perecen ser la más claras.


Primera: Nuestra filosofía deberá ser un instrumento de liberación
Segunda: Puesto que sólo es auténtica una filosofía auténtica, nuestra filosofía deberá acceder al rigor y al radicalismo que conducen a la filosofía racional.


Ha de ser entonces, una reflexión sobre nuestro status antropológico o, en todo caso, consciente de él, con vistas a su cancelación, un “autoanálisis” y una reflexión crítica de las formas de pensamiento enajenadas. La autenticidad es la base de su posibilidad. Auténtica no sólo ha de ser la filosofía que surge al establecimiento de una nueva sociedad, auténtica tendrá que serlo, también, la que haga consciente nuestro subdesarrollo y señale las posibilidades de su vencimiento y la forma de cómo vencerlo, esto es el encaminarse hacia una filosfía de la acción.
Toda labor filosófica tiene, sin duda, un aspecto instrumental y práctico. Como ideología, cumple con una función en un sistema de poder, como crítica del pensamiento ideológico, cumple una función disruptiva frente al sistema, pero esa función no puede reducirse a una incitación a la acción política no a una teoría de los procesos de cambio.


En filosofía ello implica acceso a un pleno profesionalismo, el desarrollo de una opinión pública especializada, mediante la lectura corriente de escritos filosóficos, el intercambio, la discusión de ideas y el cultivo de la seriedad, la información y la disciplina profesionales.
El punto de arranque de una tradición filosófica en está en la especificidad o peculiaridad de un pensamiento, sino en la fuerza y hondura de su reflexión crítica. De esta manera podríamos superar una filosofía imitativa y superficial. Al pedir profesionalismo en la actividad filosófica no quisiéramos tampoco reducir la filosofía a una simple técnica.
El profesionalismo de que hablamos se inicia en América Latina. Una filosofía auténtica, hemos visto, a la vez debe de perseguir una fundamentación racional rigurosa, debe ser congruente con las necesidades, los fines y los intereses del filósofo.


Filosofía rigurosa quiere decir simplemente filosofía que lleva hasta el final, con el ejercicio de la propia razón, el examen de los fundamentos de las opiniones y doctrinas recibidas. Filosofía rigurosa es reflexión que aspira a ser clara, precisa y radical. En ese sentido toda filosofía rigurosa es liberadora, poner en cuestión los sistemas de creencias recibidos y las convenciones aceptadas que tomamos como propias.

La función de la filosofía puede ser ideológica, pero también puede ser disolvente de las ideologías. Una filosofía que busca el rigor y el radicalismo en la justificación de sus enunciados parte de una actitud contraria a la ideología, la filosofía rigurosa tiene una función liberadora frente a las creencias injustificadas. Su fin es, en último término, el establecimiento de una comunidad racional y libre.

Para hacer esto hay que hacer una revolución radical, por que los grupos de poder resisten a la voz de la razón. Así, el proyecto de una filosofía que se guíe por un afán de precisión y rigor racionales no se opone al de una filosofía de la liberación, procura la emancipación del pensamiento respecto de un sistema de dominación. Las dos vías convergen en una.

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