sábado, 6 de marzo de 2010

¿Y la coordinación? No llegó al mismo tiempo que la primavera.

Quiero aclarar que este trabajo es de la autoría de mi buen colega y amigo Carlos Andrés Jiménez Morales y que me ha dado la autorización de dar a conocer su trabajo en este blog. Por lo tanto, quiero que revisen su trabajo y no duden en dejar sus comentarios.

Carlos Andrés Jiménez Morales
Estudiante de Ciencia Política y Administración Urbana
Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) plantel San Lorenzo Tezonco.
Contacto:
necroscarl@hotmail.com todasarribad03@hotmail.com


¿Y la coordinación? No llegó al mismo tiempo que la primavera.

Al estar a la plancha del monumental centro de la Ciudad de México, por la noche de primavera que se realiza año con año, mi vista se fijó en los comercios que aún parecían esperar algún momento que nunca llegó y solo atrajo más revueltas de esas de las que ya estamos acostumbrados los citadinos. Ya que por tratar de gozar de un evento del gobierno, sólo pude observar bailar a unas estudiantes de la escuela Nellie Campobello y recordar la mala organización que siempre hay.

Eran casi las 8:00 de la noche, en un colorido Zócalo, donde se encontraba en una puerta saliendo del metro una maqueta con cactus, arena y piedras, que daba la bienvenida a los turistas para reforzar aún más el estereotipo que tiene los gringos sobre nosotros; del típico desierto y el hombre con sombrero. Al girar, me sorprendieron tantos locales de auxilio turístico que se encontraban llenos de gente que pedían direcciones de los eventos que estaban ese día.

Cuando de repente, una señora se tropieza golpeándose conmigo, así recordé que aún con los centros de auxilio: las lacras (rateros) siguen sueltos y con un descuido podría ser yo la víctima de robo. Por lo que me apresuré a encontrar el evento del Museo del Estanquillo, que por cierto, en mi mapa no se encontraba, así que fui al dichoso puesto para que me dieran una ayudada que fue en vano, porque sólo me perdí más y tuve que preguntarle a un comerciante por donde se encontraba mi destino.

Al llegar al museo, donde según escucharía una ópera, me fije en una fila larguísima que ante las calles no parecía terminar. Al unirme a esta, mi curiosidad era cada vez más grande y varias veces pregunte para qué era la misma, pero nadie me contestó; así que le pregunté a un niño que acababa de llegar y me respondió: “Es un baile polinesio”, lo que llamó mi atención, puesto que nunca tuve la oportunidad de ver alguno en vivo; así que pedí un programa, al entrar y comparar la hora de si inicio con la de la ópera; sólo para enterarme que se realizaba esta en otro museo.

Al ver que me daba tiempo para estar en ambas, proseguí a esperar el evento. Dieron la tercera llamada, y me sentía cada vez más tenso por ver a tantas personas entrar con niños y lo que me preocupó aún más, fue una conversación de una madre con su hija, ya que escuché que todo su grupo estaría en ese evento, y su maestro estaría participando en el y sin querer solté una risa, así que la señora me pregunto:

-¿Por qué te ríes?
-Por que es un baile polinesio, y ya me imagino como le echarán las porras todo su grupo al maestro.
-¡No es baile polinesio! es danza contemporánea
-¡A caray! , pero el programa dice que a esta hora es el baile polinesio, y además no está la danza en el programa.
-Tuvieron problemas y la agregaron tarde, así que la danza polinesia se realizará al terminar.
Además de la burla de la señora, no tenía otra opción más que mirar la danza, ya que la puerta no sería abierta hasta después del evento. Lo que me inquietó aún más, pues la música era una tortura a los oídos, ya que aparte de estar el disco rayado, era música para niños. Una vez resignado, la música no me dejó disfrutar de los movimientos, ni del contenido artístico, ni de los recortes de mariposas de la danza que poco me interesaba.

Lo que me sirvió ara recordar el momento en el que fui a Michoacán y disfruté de las mariposas monarcas que chocaban en la cabeza de cualquiera, por tantas que eran así el frío que tuve en ese momento con la compañía de mis amigos. Mientras tanto, al darme cuenta que la danza proseguía, me interesó más, pero algo no quiso que la disfrutara, porque al interesarme, un chavo comenzó a sacar fotos y no dejó disfrutar la dichosa danza.

Solo al ver que presentaban el baile polinesio, me comporté tranquilamente y observé el programa mejor que antes, solo para desilusionarme más, ya que los participantes eran en su mayoría escuelas de principiantes, y no de escuelas buenas como yo supuse. En vista de lo sucedido, me dije: “la tortura es para mí tarea y lo tengo que hacer, no importa que salgan niñas de cinco años bailando Hawai No.5”.

En vista del sujeto con la camarita y los aplausos, por equivocaciones de los niños, me relajé e imaginé que estaba en una ópera dada por la filarmónica de la UNAM. Claro, sólo me faltaba fumarme un pastito (mariguana) para acabar con todas mis neuronas que poco a poco sentía que se estaban muriendo por ese sonido de primavera muerta, que pudo servir como tortura religiosidad.

Al proseguir mi inquisición, noté que cada vez salían más niñas de menor edad; así que me dispuse a irme guardando la compostura, pues ya quería marcharme corriendo y gritar “¡que porquería es esto!”. Agaché la cabeza, mientras los guardias se me quedaban viendo y los padres les seguían con miradas que buscaban salir también, ya que las madres no dejaban de aplaudir y darles ánimo a las micro-estrellas de ese museo que tantas veces me deleitó con coros y música buena y no como la sacada de gallo de ese momento.

Al salir y asomarme para arriba, noté que se escuchaba una orquesta desde un balcón, que hay cerca de Palacio Nacional. Cuando me acerqué y crucé la calle, me di cuenta que el Zócalo estaba decorado de flores las cuales brillaban distrayéndome más de la música. Al acercarme a esa melodía prodigiosa, me di cuenta que ya se terminaba y solo me quedé con las ganas de escucharla por lo que me alisté para irme, pero en ese instante se escuchó, la presentación de un baile tribal africano, lo que me hizo cambiar de opinión y tratar de disfrutarlo.

No pensé que este evento también tenía mala organización como el otro, ya que aunque este fue presentado varías veces, no comenzó hasta que un grupo de blues tocara y aburriera a la mayoría de los visitantes. La plancha de Zócalo, se quedó casi sola; la mayoría de los que se encontraban eran los comerciantes ambulantes, que se quejaban de aquel grupo y lo compraban con otros que tocaron mejor en esa zona alguna vez.

Eran casi las once, pero aún no quise irme, porque estaba disfrutando la música y cada imagen de las personas que se encontraban en el evento, por lo cual me pregunté si me toparía con algún compañero que también estuviera contemplando; así que me dispuse a recorrer la plancha del Zócalo en busca de alguna cara conocida, sin resultado alguno; entonces pensé en una compañera con la que me había quedado de ver, así que le hablé para ver si todavía estaba en el centro, pero ya estaba camino a su casa, pero me comentó de un concierto cerca de la estación Pino Suárez y luego colgó.

Una vez que estaba en el metro, quise pasar, pero la plática entre unos chavos era más entretenida. Ellos comentaban que en el pueblo donde vivían hacen una celebración en la primavera bastante peculiar, donde bailaban enfrente de la chava que les gusta para que a lo largo del año les fuera bien en su relación y finalmente casarse con la misma, en conjunto de todas las demás parejas para formar un grupo, en el cuál se conversaba la siembre del siguiente en época de lluvias.

Al bajar de la estación del metro, solo recordé ese espectáculo de luces que se encontraba en el zócalo y lo que me había mencionado un compañero “La mejor forma de olvidar la tortura es pensar que uno está vivo”, por lo tanto creo que no se me olvidara la guía roji cuando se haga otro evento obligatorio.

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