I
II
Mayra vive rodeada de nadas. Nada es lo que tiene, nada es lo que quiere, nada es lo que entiende. Aborrece su nombre y prefiere que la llamen Cookie. Su fleco parece cortado en una estética para perros, dice que le gusta Sparta, My Chemical Romance y la mierda nada original de Panda, pero oculta que también escucha a Moderatto. Bien decía un crítico, y con razón: “Yo también me cortaría las venas si hiciera música tan mala”. A sus 20 años es tan inmadura como un estudiante de secundaria y reniega del sistema, de sus padres, de la escuela y hasta del futuro, pero ni siquiera tiene credencial para votar ni las ganas de mover un dedo. Vive estacionada en una pose de nadie-me-comprende. Es adicta a myspace.com y su estribillo favorito es “50 mil lágrimas he llorado./ Gritando, engañando y sangrando por ti/ Y aun así tu no me escuchas/ Me estoy hundiendo”, de Evanescense. No tiene la más mínima idea de quién es Niesztche, cree que Camus es una banda, ni siquiera sabe el significado de la palabra “quimera” y su lenguaje es muy limitado. Carece de identidad y es muy influenciable. Ella se define como emo, pero desconoce los orígenes del movimiento. Sólo se deja llevar por lo que dice su mejor amiga y se pone lo que está de moda: pantalones entallados, tatuajes de estrella, Converse negros o Vans rayados, y playeras que parecen de su hermano pequeño. Mayra no ha vivido lo suficiente, pero asegura que su filosofía es “perfeccionar el suicidio” aunque le tiene miedo a cosas tan simples como las inyecciones. Se cree autosuficiente, pero llora cuando su mamá la regaña y se encierra en su cuarto y se “araña” los brazos con un cutter. Luego abraza un muñeco de peluche y solloza en silencio. Lleva un monstruo en su interior y se llama ignorancia, que se alimenta de temores, inseguridad, soledad y falta de identidad. Vive rodeada de nadas y poco es lo que entiende. Fue educada por la televisión y sólo ha leído cuatro libros en su vida, incluido Juventud en éxtasis, así que ese no cuenta. No es sorprendente que se una a causas sin sentido, a modas que siempre serán pasajeras. No parece una mala chica, sólo está confundida.
III
“Los emos son basura”, se queja Gustavo, “y también los pinches darketos”. Sus argumentos son los que apestan: “todos los emos son puñales” o esa estupidez de que “además ni son originales”. Él mismo es un tributo a los clichés: playeras de Metallica o Slipknot, pulseras de cuero y pantalones de mezclilla sin lavar. Eso es lo malo de la imbecilidad: que todos se creen originales, distintos, siendo que en realidad se la pasan simulando ser lo que no son. Y se agrupan en clanes, en tribus urbanas, con la finalidad de esconderse entre multitudes porque les da miedo enfrentarse solos a la realidad. Tavo, como le dicen sus amigos, se esfuerza con la guitarra y sueña con triunfar con su banda, pero toca horrible y todo le da weba. Ni siquiera terminó la prepa. Y Tavo es tan imbécil que aún cree que algún día los astros se alinearán para bañarlo de gloria. Va de chico rudo por la vida, pero le teme a los perros y padece aracnofobia. En su cuarto no hay libros y eso explica que escriba canciones patéticas, con faltas de ortografía, que hablan de demonios y guerreros. Reniega del amor y le compone baladas a su chava. Su monstruo interior es la ignorancia. Y se alimenta de rabia, agresión, y falta de identidad. Se cree autosuficiente, pero su padre es el que lo mantiene y su madre le ruega para que se bañe. Es tan ignorante que cree que Oceanía es un país. Siempre alardea de que un día viajará por el mundo, pero sus papis lo regañan si no llega a dormir a casa.
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