jueves, 4 de febrero de 2010

La Enajenación Moderna

Se puede asegurar que el gran mérito del liberalismo es haber creado al individuo, que gracias a ello la libertad se ha convertido básicamente en el ejercicio del libre mercado, del comprar y vender lo que se quiera sin ninguna restricción—incluidas drogas, armas, personas, animales, órganos, etc.—, del decir que, en beneficio del individuo la humanidad ha entrado en decadencia. Hoy día la razón que vale es la del mercado, de la moda, de la tele; la razón de la ignorancia, de la mediocridad y del conformismo.

En el mundo moderno, la palabra del trabajo tiene solo el sentido de la ganancia, la finalidad del beneficio únicamente para el individuo: se trabaja para comprarse carros, ropas, fetiches, artículos de desecho, cualquier cosa que se anuncia en la tele y que se vende en las calles, eso que se puede llamar poder adquisitivo, que son lujos para algunos, consumismo para otros y enajenación para todos.

Así, el individuo trabaja para su bienestar, vive en comunidad porque solo el trabajo social puede proveerle de comodidades, de sentido al devenir solitario y vacío de su ser; se olvida del arte, de la ciencia, de la historia, de las raíces y se centra en el aquí y ahora, se vuelve algo intrascendente, destinado a desaparecer entre las brumas de la urbanidad; su única huella: la descendencia que pueda dejar, los hijos, la familia, que habituados como están al olvido, al ahora, al aquí, pronto se olvidan de él, pronto se desvanece...

Las consecuencias de las primeras ideas liberales, las de la revolución francesa, se hacen evidentes en el acontecer de todos los días. Cuando en el siglo XVIII se proclamaron los ideales de Libertad, Igualdad, Fraternidad, seguramente los franceses no creyeron que actualmente se mofarían de ellos diciendo “Libertad para explotar, Igualdad de privilegios, Fraternidad para repartirse las ganancias”; pero si miramos un poco sobre la historia de la democracia moderna, nos podemos topar con hechos bastante significativos como el de que los propietarios de la Francia revolucionaria, eran los únicos que podían participar.

Los tortuosos caminos del sufragio efectivo han llevado a que en la actual democracia se hable de las votaciones libres, de la elección supuestamente razonada y consciente, que más bien es manipulada por los medios de comunicación, del siguiente gobernante —explotador o tirano, como se prefiera llamarle---- Se vive con privilegios, que por si mismos quizá no sean condenables, sino más bien por asentarse sobre la miseria de otros, de la gran mayoría que son los gobernados.

Pero no sólo es la miseria material, que tal vez no sea el peor de los males, sino más bien la miseria intelectual, la miseria espiritual, el vacío mismo que tiene la existencia del hombre moderno; claro, ahora no es como en la Francia de hace algunos siglos, hoy día cualquier ciudadano, cualquier persona de la república puede votar; pero el sistema es el mismo, hoy día los que ocupan los altos puestos son los hijos, sobrinos, nietos, compadres, ahijados de los antiguos gobernantes.

Difícilmente una persona común puede llegar hasta arriba del poder, y quien lo haga dudosamente puede hacerlo mediante la honestidad, el trabajo, el servicio a la patria y el apoyo del pueblo.

Así tenemos un individuo que puede elegir libremente quien será el próximo presidente, que puede elegir que carro va a comprar, en donde va a vivir, que va a estudiar, en que va a trabajar, pero totalmente enajenado en el aspecto material de su existencia, reducido completamente a las opiniones de López Doriga, Alatorre, Maussan; peleado con su vecino por ser rebel o de la monu; con la difícil decisión de elegir si va a ser eskato, punk, dark, fresa; tenemos al individuo enajenado que ni siquiera se da cuenta de serlo.

Todavía no estamos en el mundo feliz de Huxley, ni somos férreamente vigilados —al menos físicamente— como en el 1984 de Orwell, pero nuestra sociedad se encamina hacia estos horizontes. Hoy día reformas como la de la educación secundaría reducen la visión más allá del aquí y el ahora —tanto hacia el pasado como hacia el futuro—, reducen la capacidad del individuo pensante, del individuo crítico y consciente, del que ve lo que ocultan los discursos del ‘living la vida loca' — a saber, la explotación, la deshumanización de esos que no pueden bajar tonos en su celular, que no ven MTV, que no tienen siquiera luz eléctrica, que viven en predios irregulares, zonas marginales, pobreza extrema, en fin, de esos que pasan pidiendo dinero en el Metro, en los cruceros y que sólo vemos cuando casi chocamos con ellos, cuando su olor daña nuestras recatadas narices.

Marx decía que el capitalismo trae en sus entrañas la causa misma de su destrucción y nosotros también decimos que el liberalismo ha creado su propia destrucción, es decir el individuo. Claro, falta que este se haga consciente de sí mismo, que aprenda a mirar lo que no vemos, como diría Foucault, que pueda crear su mirada desde un no-lugar, que piense lo no pensado, en pocas palabras que no se conforme, que critique, que ponga en duda todo lo que le digan, todo lo establecido; para ello hace falta la nueva revolución, la del pensamiento, de las ideas: liberarnos del liberalismo, del capitalismo y sus engendros, superar al hombre, al hombre común, al hombre moderno, al hombre nihilista, al hombre sin voluntad que sólo quiere sentarse a mirar la tele, que sólo se conforma con el discurso de los gobernantes, que ya no quiere ni querer más, al hombre que ha perdido el brillo de su conciencia, de su inteligencia de su espíritu y que por ende se ha perdido a sí mismo en el océano de la tecnología y enajenación moderna.

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